La primera vez que lo escuché fue en una peluquería jutiapaneca, seguramente durante las vacaciones de 1,989. Sonaba “No voy en tren”, de cuyo rabioso estribillo no pude librarme, La secadora del peluquero semejaba con su ruido al avión que llevaba a Charly a no sé aún dónde, pero ganas de ir con él no faltaban.
En la época en que el internet pertenecía a la ciencia ficción, mi amigo Roly alimentaba mi curiosidad acerca de Charly: “el tipo dice que la gente lleva gafas oscuras detrás de los ojos”. Con esa frase y esa música, no podía ignorar que al poner un disco a sonar escuchaba a un genio. Luego Roly me contó más: “no maneja, nunca se ha subido a un carro, anda descalzo por la calle porque cree en la pureza”. ¡Carajo! No sólo genio sino loco.
Ya en el último jalón de los noventas, algunos nos dejaban curiosear en internet ese mundo de información alucinante, claro, dejándonos saber que los dueños de las computadoras y por lo tanto de la información, eran ellos. Al final se desmoronó el mito del músico filósofo místico, quedando Charly García en bruto: el clavado desde el noveno piso, los desplantes, el caos.
Llevó 19 años escuchándolo y no me aburro. Algunos discos me gustan más, sin duda. No soy devoto de su “pared de sonido” al estilo del malogrado Spector, y sobre todo no me gusta la disipación, que ejecuta en vivo, de su armonía musical en beneficio del “vanguardismo” diletante en que se regodea.
En otras palabras: me duele cuando hace mal provocado por su demasiado ego. Oh paradoja, lo que me disgusta es lo que más me gusta.
Una nota en la revista Rolling Stone, muestra actualmente a Charly renovado, según algunos lucido, y definitivamente sobrio, tras años de fuga de si mismo. Su regreso me emociona, su talento me estimula, sus errores son los de quien decidió vivir yendo en avión y para esos usos...ya se sabe.
Foto: Rolling Stone, Argentina.